Nunca se Trató de la Isla

Mayo 24, 2010. Por Juan Pablo Ruiz.

Lentamente, despacio y con una leve sonrisa pasamos de una intensa luz brillante al conocido fondo negro característico que nos ha acompañado durante seis temporadas y, como despertando de un sueño, me doy cuenta de que ya no queda nada más. Mi mente se enciende preguntándose qué diablos sucedió, dónde quedaron las respuestas y qué haré ahora que no hay nadie para contestarlas. Me levanto y entro al cuarto de baño, me miro al espejo y recuerdo cuantas veces nuestros personajes hicieron lo mismo.

Cuesta digerirlo, me digo, y abro mi cabeza a las más diversas interpretaciones. De pronto, no importando nada más, susurro una de las preguntas más buscadas durante todo este tiempo: ¿qué, por Dios, es la bendita Isla? “No me preguntes a mí”, creo que piensa mi perro mientras observa cómo mi mano se posa en mi frente, al más puro estilo Jack. Así, como un zombie, vuelvo a mi sillón, me siento y pongo otra vez la última escena, esa con Vincent, la que nos hace recordar todo lo que ha pasado en los últimos seis años. Y ahí, justo en ese momento, cuando veo esa leve sonrisa del Doc, mientras cierra sus ojos, creo darme cuenta de lo que en realidad ha pasado: ¿electromagnetismo, viajes en el tiempo, botones para salvar al mundo, una isla en medio de la nada que se puede mover? ¡Nada! ¿Para qué diablos queremos saber qué es la Isla si nunca, en todos estos años, se trató de ella?

La respuesta es más simple de lo que esperamos: fe, personas buscando respuestas, diferentes entre sí, sin saber para dónde van, redención y recompensa. La historia fue escrita a través de sus personajes, a través de lo más profundo del ser humano, con lo que, mirando hacia atrás y uniendo los puntos, nos damos cuenta que cada uno tenía un propósito, algo por lo cual estar ahí, algo que muchas veces dijo nuestro muy querido John Locke. ¿Y no es eso lo que el ser humano, en todos los tiempos y en todas la religiones ha buscado? La Isla no es nada más que eso: la vida misma representada en una larga, extraña y hermosa alegoría de seis temporadas.

Si tomamos en cuenta ese pequeño pensamiento, no importa qué es la Isla, por qué  está ahí ni quién la creó. Lo importante aquí es el viaje interior y exterior que han realizado los personajes en el camino hacia un propósito final.  No importa si algunos han muerto antes u otros después, la Isla es algún momento acabó con ellos, hicieron lo que tenían que hacer para luego continuar, dejando atrás la Isla y obteniendo su recompensa. Pero, lamentablemente, no sabemos por qué razón ha ocurrido todo hasta que llegamos al final, donde miramos hacia atrás, conectamos los puntos y nos damos cuenta cuál era nuestro propósito. ¿Y no es eso lo que al final buscan todas las religiones? ¿Y todos nosotros? Por eso Lost ha mostrado guiños a una infinidad de religiones, a una infinidad de culturas y a personas totalmente diferentes para demostrar que la vida es igual para todos, sea de donde seas, vengas de donde vengas. Si no es así, recuerden la magnífica escena hacia el final del episodio, cuando Jack entra a la estancia donde se encuentra el ataúd del señor Shephard. Noten que al fondo se logra ver una ventana con los símbolos de varias religiones, ¿es eso lo que buscan los creadores, que sepamos que todo es una alegoría?

En fin, la cabeza me da vueltas y vueltas, regreso otra vez a mi sillón, me recuesto en él y pienso un poco en los propósitos de cada uno, en nuestras misiones en la vida y en cómo será ese día en el que esté en mi cama y sonría al cielo, sabiendo que finalmente cumplí con lo que tenía que hacer y por qué todo fue de esa manera, así, tal cual cumplió esta serie con lo que prometió a sus personajes y no a nosotros: conocer su verdadero propósito en la muy mentada Isla metafórica.